“We know who we are and what we want to say
And we don't care who's listening
We don't rebel to sell, it just suits us well
We're the bright young things”
And we don't care who's listening
We don't rebel to sell, it just suits us well
We're the bright young things”
Brian Warner “The Golden Age of Grotesque”, 2003
En una de las maravillosas piezas de la oratoria universal, uno de mis “héroes” intelectuales de finales de siglo XIX Ferdinand Lassalle, se preguntó: “¿Qué es una Constitución? ¿En qué consiste la verdadera esencia de una Constitución? Por todas partes y a todas horas, mañana, tarde y noche, estamos oyendo hablar de Constitución y de problemas constitucionales. En los periódicos, en los círculos, en las tabernas y restaurantes, es éste el tema inagotable de todas las conversaciones.” 1862.
Todavía hoy cuando suceden todos estos eventos del realismo mágico que tenemos como sistema político en Venezuela, la gente sigue haciéndose la misma pregunta q se hacía el brillante abogado (y pensador de la izquierda europea) alemán: ¿y qué es una Constitución?
Uno de los conceptos primarios que aborda un novel estudiante de leyes es el de Constitución. La importancia capital de esta idea no tiene discusiones: la representamos como la ley máxima, fundamental y básica de un Estado. En la actualidad cualquier ciudadano conoce y maneja la Constitución, tanto, que vemos como cualquier personaje de la vida pública apela a ésta en cualquier caso o condición, buscando amparo o legitimidad para sus actuaciones. La idea de hoy es analizar para ustedes el fundamento de esa relevancia y (como es habitual) reescribir el concepto, ya no atendiendo a sus características o virtudes, sino a su esencia.
El concepto básico se plantea como “la norma, ley o documento fundamental de un Estado que rige los límites del Poder Público y establece los derechos y garantías de los ciudadanos”. Cada autor le proporciona a esta base su propio criterio, agregando diversas características: soberanía, derechos humanos, legitimidad, supremacía, entre otras. La crítica que hago a este tipo de conceptos (mayoritarios en la doctrina actual) es que hace referencia a “qué hace” y “para qué sirve” una Constitución, sin responder a su verdadera esencia.
En realidad, una Constitución responde a la suma de los factores reales de poder de un país. En cada sociedad existen sectores, con influencia (económica, cultural, educativa, religiosa, política, etc.) en la vida social. Esa influencia se traduce en poder real, es decir, en capacidad cierta de modificar las condiciones y conductas de los ciudadanos. Cuando usted “suma” o totaliza esos espacios sociales y los unifica en un solo elemento, usted está fabricando una Constitución. Pero esa “suma” no puede hacerse a la ligera, ésta debe obedecer a un fin superior, que nos rebase como sociedad y que se constituya en nuestro “deber ser”. Por eso, una Constitución representa el balance de los factores sociales, y ese equilibrio se hace por medio de la Política.
En palabras llanas: una Constitución es una decisión política fundamental, donde una sociedad plasma su proyecto político a largo plazo y fija su estadio ideal. Cuando usted abre una Constitución usted está leyendo el sueño íntimo de un pueblo, las aspiraciones de una gente para las generaciones por venir. Las Constituciones son colecciones de sueños compartidos, un espacio de encuentro para el pueblo, un lugar donde nos podemos ver a los ojos sin importar colores, ideologías o credos.
Esa es la esencia de una Constitución. Un proyecto social de largo aliento, que usa al Derecho como su instrumento para ordenar la conducta (díscola por naturaleza) del Estado y la sociedad. Cuando se le agrega que establece la separación de poderes, fija los derechos y libertades de los ciudadanos, legitima el poder del Estado, entre otras afirmaciones (correctas por demás) de la ortodoxia constitucional, estamos indicando las estructuras y características de la Constitución, pero olvidamos explicar su verdadera razón de ser.
Por eso, cuando usted vea todas las cosas que suceden en nuestro país, cuando usted vea que algún personaje apela a la Constitución para cometer desmanes o legitimar sus conductas abusivas, cuando usted vea que el Estado agrede y abusa de los ciudadanos en nombre de la “Constitución”, agarre su Constitución, léala con calma y verá como los venezolanos nos fijamos una proyecto, una forma de vida muy distinta a nuestra realidad. Y ese proyecto se hará, tarde o temprano, realidad.
El mundo mejor se halla entreverado en nuestra Constitución. Lo podemos ver, sinuoso e imperceptible, escondido detrás de ella. Esa sociedad justa y amante de la paz que todos deseamos y en la que fervientemente creo, está ahí.